Este relato, escrito por un periodista español "muy majo", como dicen ellos, revela un lado oscuro de cada uno de nosotros.
Lo comentamos luego.
Abajo ese complejo de inferioridad.
Muchas de las incorrecciones que se cometen en este libro nacen de un problema general que nos afecta a los hispanos: el complejo de inferioridad ante el mundo anglosajón. Lo adoramos como el becerro de oro, y eso nos lleva a emplear sus palabras o copiar sus expresiones para así sentirnos más importantes.
En efecto, ellos son superiores técnicamente; pero eso no hace superior su cultura. Y la nuestra no tiene nada que envidiarles, tal vez incluso lo contario. Por otro lado, cada vez va a resultar más difícil admirar a un país, que como los Estados Unidos, tardó más de tres meses en saber quién era su presidente (en la elección de George W. Bush), que se convirtió hace mucho en la nación más contaminante de la Tierra, y que sin embargo es incapaz de firmar los acuerdos de Kioto sobre la preservación del medio ambiente; que mantiene la pena de muerte y que generalmente la aplica a hispanos, negros y marginados. Que hizo el ridículo mundial con su incapacidad para detectar los atentados del 11 de septiembre y luego envió a decenas de bomberos a una muerte segura bajo las Torres Gemelas; que no supo prevenir el desastre del Columbia producido por una simple loseta; que desató una guerra ilegal y desigual en Irak contra el criterio de la ONU...y que cuando necesita conmemorar algo termina convocando a Plácido Domingo, José Carreras y Luciano Pavarotti, latinos, los tres.
Que uno se sienta superior a otro, no le hace superior. Pero sentirse inferior a alguien si le hace ser inferior a él.
Como pueblo hispanohablante, por tanto, el sentimiento de superioridad no nos hace superiores a nadie; pero el sentimiento de inferioridad nos convierte inferiores a cualquiera. Por eso debemos acabar con él. Y vale la pena empezar por las palabras que lo representan.
Hasta la próxima. Magui.
En efecto, ellos son superiores técnicamente; pero eso no hace superior su cultura. Y la nuestra no tiene nada que envidiarles, tal vez incluso lo contario. Por otro lado, cada vez va a resultar más difícil admirar a un país, que como los Estados Unidos, tardó más de tres meses en saber quién era su presidente (en la elección de George W. Bush), que se convirtió hace mucho en la nación más contaminante de la Tierra, y que sin embargo es incapaz de firmar los acuerdos de Kioto sobre la preservación del medio ambiente; que mantiene la pena de muerte y que generalmente la aplica a hispanos, negros y marginados. Que hizo el ridículo mundial con su incapacidad para detectar los atentados del 11 de septiembre y luego envió a decenas de bomberos a una muerte segura bajo las Torres Gemelas; que no supo prevenir el desastre del Columbia producido por una simple loseta; que desató una guerra ilegal y desigual en Irak contra el criterio de la ONU...y que cuando necesita conmemorar algo termina convocando a Plácido Domingo, José Carreras y Luciano Pavarotti, latinos, los tres.
Que uno se sienta superior a otro, no le hace superior. Pero sentirse inferior a alguien si le hace ser inferior a él.
Como pueblo hispanohablante, por tanto, el sentimiento de superioridad no nos hace superiores a nadie; pero el sentimiento de inferioridad nos convierte inferiores a cualquiera. Por eso debemos acabar con él. Y vale la pena empezar por las palabras que lo representan.
Hasta la próxima. Magui.